Geografía Histórica

en tiempos de don Ezequiel

Siglo XIX: Querétaro - Ciudad de México

Alejandro Serralde

Viajar en el México del siglo XIX era digno de una hazaña, debido a lo accidentado del extenso y variado territorio geográfico, aunque en nuestra época introducirse a ciertas regiones sigue siendo difícil.

La aventura era una parada segura de los viajeros, pues sobraban motivos para embarcarse en una serie de peripecias dignas de encontrarse en un libro, entre ellas, lo inhóspito de los lugares, los pocos y descuidados caminos que unían al país, los temidos y continuos asaltos y, por último, pero no menos importante, la curiosidad de los viajeros que los hacía partícipes de las pintorescas costumbres y tradiciones que a su paso veían en los poblados, dando como resultado una extraña pero atractiva experiencia.

Es necesario decir que muchas de las noticias acerca de lo que acontecía política, social y económicamente en las regiones, naciones y continentes se debía gracias a los comentarios, memorias, informes o libros que los viajantes hacían o escribían; una mala o buena impresión podía cambiar el rumbo del imaginario de algún lugar, por lo que los poblados quedaban guardados en la memoria dependiendo de la opinión del autor.

Es pues este pequeño ensayo una descripción y un análisis del viajero y el paisaje de la geografía y la historia decimonónica que muy seguramente le tocó vivir a Ezequiel Montes Ledesma en su andar por estas tierras, ya sea al salir de la capital y viajar hasta Cadereyta, Querétaro, su tierra natal, o cuando viajaba a poblaciones de los estados de Hidalgo, Guanajuato y México a los cuales alguna vez representó como diputado.

Trataré pues de acercar al lector al relieve natural y cultural que se pudo haber visto y vivido en esos años, desde el punto de vista de un historiador, a la usanza de aquellos viejos viajeros que narraban lo que acontecía como si fuesen una especie de estudios históricos regionales1. No pretendo usurpar el lugar del geógrafo, quien tiene su propio objeto de estudio, enfoque y método, los cuales se asemejan a los nuestros en la historia pero que cambia la óptica de estudio por muy poco que sea. Utilizaré entonces algunos consejos o ejemplos que ellos han hecho en sus trabajos, en específico en lo que denominan geografía humana2 y social, y nosotros llamamos historia social, historia económica, historia de la cultura e historia política y que si pensamos juntos ambos enfoques podríamos llamarle geografía histórica3, término que ellos también utilizan y que es muy parecido al nuestro, pero que por azares del destino está muy poco hermanado al hacer estudios interdisciplinarios.

Volviendo a nuestro tema de estudio, es importante señalar que a pesar que el señor Montes Ledesma no recorrió grandes distancias entre su hogar en Querétaro y la ciudad de México en el centro mismo de la República mexicana, su viaje del Altiplano central4 a las entradas del Bajío en la antiguamente Gran Chichimeca5, representaba un andar de varios días que dejaba maltrecho el cuerpo de hasta el más agraciado en salud.

La travesía implicaba recorrer localidades poco habitadas y muy alejadas de las costumbres citadinas (para aquellos amantes de la urbe) como lo narran autores como Guillermo Prieto y Antonio María de la Llata, y que por su puesto distaban de las comodidades catrinescas6. La comida por ejemplo, podía no ser el más suculento platillo pero ante la indomable hambre pocos se oponían a saciar el apetito. Tal vez dormir en los portales de los pueblos varados en el camino no era lo más cómodo posible, pero descansar el cuerpo del trote de los caballos por un par de horas revitalizaba al más rudo individuo.

Es importante señalar que el paisaje de Querétaro como estado fue modificándose lentamente si miramos desde un telescopio y rápidamente si lo vemos desde un microscopio (y no me refiero a las delimitaciones territoriales que, aunque poco, han cambiado, sino al paisaje urbano y natural transformado por el hombre), ya sea por las guerras o guerrillas constantes o por los intentos modernizadores de fin de siglo por parte de los gobiernos federal, estatal y en algunas ocasiones local. Así, es muy probable que el Querétaro que vio de niño Ezequiel Montes (1820-1837) haya cambiado para las décadas posteriores en que Guillermo Prieto (1853-1855) narra su tránsito por la entidad, y que haya cambiado aún más con la Guerra de Reforma y con la Intervención francesa7 que, sabemos muy bien, tuvo consecuencias en varios poblados y ciudades como San Juan del Río y Santiago de Querétaro, siendo la capital estatal la más devastada. Recordemos que estaba divida en los bandos imperialistas y republicanos y fue aquí donde murió el sueño imperial. Ya en el Porfiriato8, Querétaro se vio beneficiado con el impulso modernizador llevado a cabo desde la Presidencia y desde el Ejecutivo estatal que recayó por muchos años en Francisco González de Cosío9. Cabe mencionar que aunque en la primera mitad del siglo decimonónico existían tramos del gigante de acero, no comprendía aún la ruta Ciudad de México - Querétaro, si no hasta la década de 188010.

La tan repetida ventaja del ferrocarril en Querétaro produjo una serie de factores cambiantes en el andar del viajero y el horizonte, pues de pasar a viajar por caminos de tierra o empedrados se pasó a transitar por vías férreas, y de durar dos días el viaje desde la Ciudad de México, ahora se hacían unas cuantas horas, nueve para ser más precisos, a la capital queretana, como se narra en una descripción de esos años: “¡Hemos recorrido en nueve horas el espacio que, no hace un año todavía, se atravesaba difícil y penosamente en un viaje de dos días mortales!”11.



Viajes, travesías y peripecias

Iniciaremos nuestra andanza, describiendo y ubicando primero los viajes que se hacían en diligencia desde la Ciudad de México y, después, los hechos por la máquina de vapor.

A la salida desde algún punto al norte de la capital del país salían las diligencias (tal vez en alguna de ellas iría Ezequiel Montes), carros o como hoy los llamamos carruajes tirados por animales con rumbo hacia el norte en busca del Camino Real de Tierra Adentro12, herencia hispánica hecha para fines administrativos, comerciales, políticos y sociales, pues por ahí se abastecían y controlaban los granos del Bajío y de minerales de Guanajuato, Zacatecas, San Luis Potosí y demás minas que abundaban y abundan.



Así, se emprendían los viajes en carruajes pintorescos llenos de costumbres y hábitos ajenos a nosotros y propios del siglo XIX, en los cuales convergían estratos poblacionales, desde el pueblo llano hasta los más pudientes. Estos últimos seguramente creían engalanar los viajes y las tierras por las que pasaban, pero en verdad hacían más rico y nutrido el paisaje cultural, sin olvidar por supuesto a las pujantes y nacientes clases medias que veían con un ojo de la vida cortesana y con el otro de la rumba popular.

Así pues, se hacía una primera escala para que subieran más pasajeros y las revisiones los y pagos de alcabalas y peajes, preparación para empezar uno de los tramos ascendentes y accidentados entre la frontera mexiquense e hidalguense. Continuaba después el recorrido entre uno y otro movimiento brusco que hacía domar el ansia de la desesperación por arribar pronto al destino final. Es aquí donde el paisaje tomaba un sin fin de formas con curvas, terrenos desiguales y naturaleza abundante, con variedad de árboles y campos que invitan a pensar en la creación divina de la Tierra o en la explicación científica de la vida, según sea el credo que profese el viajante-lector.

Horas más tarde se pasaba por San Miguel de los Jagüeyes en Huehuetoca, estado de México; si la diligencia creía necesario una parada de largo tiempo lo hacía y si no se hacían los deberes pertinentes para después seguir de largo, pues a poca distancia quedaba Tepeji del Río, en Hidalgo, un lugar lleno de agua y con extensiones majestuosas de tierras impregnadas de color verde, aptas para sembrar y que ofrecían un lugar más cómodo y práctico para descansar, proveerse de víveres, recuerdos y cosas en general, dado que era un paso forzoso para comerciar, por lo que el viajante encontraba más variedad de objetos y por supuesto de alimentos en las fondas. En ocasiones, si la noche no apremiaba, el paseante solía dormir bajo este suelo y si no proseguía su camino hasta Arroyo Zarco, de nuevo en el estado de México; ahí, frente al camino, se pernoctaba en una posada de buenas dimensiones y elegantes muebles, según cuenta Guillermo Prieto, lo que hacía cómoda la estancia en este pueblo, para que en un par de horas más, como a las dos o tres de la madrugada, se emprendiera de nueva cuenta la marcha de la diligencia. Ya bien amanecido y después de ir descendiendo poco a poco en el camino, se llega a las inmediaciones de San Juan del Río desde donde se apreciaban los valles repletos de cultivos por aquí y por allá13, que hacían pensar en el pasado glorioso de esta ciudad, de este estado (en algunas ocasiones era llamado Departamento, dependiendo del gobierno en turno) y de esta región: el Bajío.

San Juan del Río es y ha sido la segunda ciudad en importancia en el estado de Querétaro y se encuentra ubicada al sureste de dicha entidad en el Bajío queretano14. Colinda con el estado de Hidalgo al este y al sureste con el estado de México, al sur con el municipio de Amealco, al oeste con el municipio de Pedro Escobedo y al norte con el municipio de Tequisquiapan. Pero en el año del 1870, al ser cabecera de distrito, colindaba con los distritos de Tolimán y Cadereyta. Cabe recordar que Tequisquiapan era parte de dicho distrito sanjuanéense, igual que de dos pueblos: San Pedro Ahuacatlán y San Sebastián de las Barrancas, así como de varios ranchos y haciendas15. De acuerdo con estas descripciones, entendemos que arribar a San Juan era punto medular para introducirse al estado queretano ya sea hacia la capital estatal, municipios sureños, municipios semidesérticos y Sierra Gorda, enclave por tanto excelente para conseguir víveres para el camino o lugar apto para descansar y hasta residir.

Siguiendo con nuestra explicación, a la llegada a San Juan del Río bajaba una calle hasta una plaza que tenía por continuación el camino hacia la capital queretana, mientras en la entrada del poblado se encuentra el templo del Señor de Sacromonte, más adelante se observaba el río donde la gente solía ir a recrearse, y hacia el norte de San Juan se encuentra la salida a Tequisquiapan pasando por la hacienda La Llave.

Aquí descansaban nuestros viajeros (seguramente entre ellos don Ezequiel Montes Ledesma) y comían en sus portales, convivían y brindaban con nostalgia, pues aquí se dividían los caminos de muchos hacia los distintos rumbos antes citados. Es probable que el borlote de la gente en general al comprar, vender, arribar o emprender el camino, hacía muy zarandeada la vida para las dimensiones que en ese entonces tenía la ciudad, aunque cabe señalar que no siempre fue así durante el siglo decimonónico.

A mediados del siglo XIX la industria sanjuanéense era decadente, su población se estimaba en cerca de 30 mil habitantes, de los cuales Prieto narraba que eran muy trabajadores16. Pero tan sólo un par de años más tarde la guerra de Intervención invadió al país y en gran medida al estado de Querétaro, que desde la capital hasta la Sierra Gorda tuvo enfrentamientos que dejaron aún más en declive la economía y la estabilidad sociopolítica. San Juan del Rio no fue la excepción y fue peleada por republicanos e imperialistas un par de veces, modificando el paisaje urbano del lugar y reduciendo la cantidad de diligencias y viajeros que pasaban por ahí; años más tarde la segunda ciudad queretana volvería a tener una recuperación económica.

Mientras tanto, volvamos un poco al viaje en carruaje antes citado. Probablemente Ezequiel Montes seguía su camino hacia Cadereyta haciendo paso forzoso por la hacienda La Llave, al norte de San Juan del Río, finca afortunada por estar rodeada de agua: ríos al sur y al oriente, igual que una presa, la cual favorecía los cultivos variados de estas tierras entre los que destacan el maíz, trigo, frijol, garbanzo, etcétera.

Sus aposentos ofrecían un respiro seguro antes de partir nuevamente rumbo al norte donde se encuentra Tequisquiapan (a dos horas en caballo de la hacienda La Llave). En la actualidad dicho lugar es un municipio, pero recordemos que en esos años pertenecía al distrito de San Juan del Río y que al parecer era una villa solitaria que de repente parecía salir de la nada en el camino, con su vistoso río rodeado de árboles enormes y frondosos, igual que campos fértiles que nutrían de color al pueblo.

En la plaza se encontraba la iglesia de color rosado y al parecer el único edificio que hacía resaltar la fisonomía del pueblo que se basaba en casas pequeñas de piedra muy distantes unas de las otras. Igualmente empedradas estaban las calles aledañas a la plaza y un intento de banquetas en una que otra arteria. Al parecer la época de bonanza en Tequisquiapan había quedado atrás, con sus telares y cultivos extensos que pudieron dar trabajo a la comunidad, pero a mediados del siglo XIX no quedaba más que lo que hemos descrito y, por supuesto, la hacienda donde se ubicaban los más portentosos sembradíos y la opulencia no sólo de los dueños sino de un puñado de gente que acompañaba el lugar. Es probable que del río hacia el norte viviera la gente más acaudalada y del río hacia el sur, en los barrios de San Juan y Magdalena, habitara la gente más menesterosa que eran los indígenas.

Como mencionamos con anterioridad, el pueblo se estaba deshabitando poco a poco con la ruina de los telares, y los arrieros que antes hacían fluir de gente y dinero la villa y sólo los días de plaza, es decir el domingo, Tequisquiapan volvía por un día a llenarse del ruido que emanaba de la convivencia humana. No obstante, falta decir algo importantísimo para el lector que de seguro fue una actividad del viajante a su parada en Tequisquiapan: los baños de aguas termales que aparecían en todas partes del pueblo como insinuándose para sumergirse en ellas17.

Retornando a nuestra ruta, más hacia el norte, queda Cadereyta, tierra considerada por algunos de destierro y por otros una parada importantísima antes de adentrarse a la inmensa Sierra Gorda.

Cadereyta, lugar en donde nació Ezequiel Montes Ledesma, se encuentra al noreste del estado y al norte de San Juan del Río y Tequisquiapan en la región del semi-desierto18, fue fundada en 164019 como lugar apto para evangelizar a los chichimecas de la Sierra Gorda; durante el siglo XIX fue distrito y a él pertenecían los municipios serranos (Pinal de Amoles, Jalpan, Landa de Matamoros, San Joaquín, Arroyo Seco, entre otros). Fue nombrada ciudad en el año de 1861, por órdenes del gobernador en turno, debido muy seguramente a su crecimiento poblacional, aunque a decir verdad tenía serios problemas acuíferos y la escasez de agua era una constante, a pesar de que fue fundada al lado de una laguna, pero en el siglo XVIII bajó el nivel de agua, lo que trajo serios problemas a los habitantes. Tales vicisitudes las cuenta muy bien Guillermo Prieto en sus Viajes de orden suprema:

Allí se agolpa un tumulto día a día en Cadereyta no con pipas ni con botijas sino jarros y botellas. Está el chorro custodiado como si fuese una imprenta con guardias, alias censores, que miran lo que gotea. A tomar su prorrateo todos los vecinos llegan cual viudas y retirados a Pedro Vélez se acercan”.20

De este poblado se resaltan sus iglesias: La Soledad, Nuestra Señora de Belén, San Pedro y San Pablo y La Santa Escala que embellecían y embellecen la plaza principal y el pueblo; también se distinguía el gran caserío dividido por sus grandes y solitarias calles demostrando que ante las dificultades físicas y climatológicas el temple y la fe aminoran los problemas. Es importante su ubicación protegida por los cerros y rocas ayudando a aquel valle a sobrevivir durante siglos.

Como todo pueblo o centro de congregación, Cadereyta se veía beneficiada de la parroquia, la misa de los domingos y su subsecuente día de plaza pues, como suponemos, la gente acudía desde lugares remotos en la Sierra Gorda, como El Doctor o lugares más cercanos como Vizarrón para comerciar o regatear, para convivir y divulgar las novedades de la región. Ahí destacaba el mercado del Baratillo, lugar apto para encontrar desde carne hasta hierbas y aceites, al mismo tiempo que los mesones se atiborraban de gente disfrutando los manjares culinarios.

En 1872 se inició la construcción de una fuente recolectora de agua de los manantiales que aminoró la problemática del vital líquido. Dicho pozo artesiano fue construido gracias a la actuación e iniciativa de Ezequiel Montes, que en más de una ocasión intervino para agilizar su edificación en beneficio de la comunidad, pues conocía de antemano las dificultades para proveerse de agua. Quién más que él para entender a los pobladores21. Años más tarde, en 1888, un distribuidor de agua22 benefició todavía más a la tan apremiante necesidad primaria; sin duda alguna ambas construcciones contribuyeron a disminuir la posible emigración de estas tierras estériles a los valles fértiles de Querétaro u otras regiones. Apreciamos entonces que la forma de proveerse de agua seguía siendo a la vieja usanza: por medio de pozos artesianos y por tanto utilizando los servicios de los aguadores para trasladar agua a las casas. Tuvieron que pasar algunos años desde la muerte del señor Montes para que se construyera dicho distribuidor y fuente de agua más grande que sirviera para el abastecimiento de un mayor número de gente.

Hacia el noroeste de Cadereyta queda la villa de Bernal23, y hacia el norte centro se encuentra Vizarrón, que fue designado pueblo en 1847 con el nombre de San José de Vizarrón y que en nuestros días lleva el nombre de Vizarrón de Montes. Fue aquí donde Ezequiel Montes vivió la niñez con sus padres. En la actualidad no es tan grande y en esos tiempos debió tener dimensiones parecidas, pero sin tantas divisiones en los lotes que hoy componen varias casas, pues al parecer las familias Vega y Montes eran las principales acreedoras del circuito central de la población. Desde aquí se tiene una vista magistral de la imponente Sierra Gorda queretana y más a lo lejos, al oriente, la parte proporcional de la hidalguense. Aquí la población se dedicaba y dedica casi en forma exclusiva a la extracción de cantera y mármol, actividades fáciles de comprender al ver a lo lejos las minas que dominan el horizonte.

Si lo pensamos bien, en el siglo XIX y siglos anteriores, el trayecto hasta aquí debió ser difícil y lento, asediado por un apabullante sol que, al sonar de las patas de los caballos y mulas, hacía parecer que nunca se llegaría al destino. Sin embargo, para las andanzas de don Ezequiel no fue el lugar más remoto al que viajó y en el que habitó, pues en las inmediaciones de los estados de Hidalgo y Querétaro está un lugar llamado Taxhidó, al este de Tequisquiapan, el cual no tiene ni tenía camino directo desde Vizarrón y para llegar a él tenían que hacer escala en Tecozautla, Hidalgo, o en ocasiones, si no había víveres, hasta Huichapan, también en Hidalgo.

Ahí hacían escala para surtirse de víveres y hacer un largo respiro antes de iniciar el largo trayecto al silencioso Taxhidó, rodeado de barrancas y peñas que se asemejan a alguna postal de Arizona. Para asombro del lector o del viajero, es contradictorio ir a los lugares antes citados en Hidalgo pues quedan más al este que Taxhidó, es decir, se tiene y tenía que ir hasta Tecozautla y Huichapan para después regresar y adentrarse en las inhóspitas tierras rojas de Taxhidó en la plena línea divisora de los estados de Hidalgo y Querétaro. El lugar se encuentra en una cañada bañada por el agua de los ríos cercanos y de la presa de Zimapán. Finalmente, después de muchas horas y días de andar trotando, partiendo desde la Ciudad de México pasando por San Miguel de los Jagüeyes, Tepeji del Rio, Arroyo Zarco, San Juan del Río, Tequisquiapan, Cadereyta, Tecozautla o Huichapan se llega a este tranquilo, enigmático e inspirador lugar, en el cual Montes Ledesma se aislaba del bullicio de la sociedad para así pensar, reflexionar y escribir acerca de su convulsiva época.

Una máquina cambia la forma de atravesar el país

El tren llegó a San Juan del Río y con ello al estado de Querétaro en el año de 1882. Un avance tecnológico que transformaría la vida cotidiana y económica de la sociedad, que si bien se dio durante el gobierno del presidente Manuel González24, el devenir histórico la clasifica dentro del Porfiriato y dentro del primer periodo del gobernador Francisco González de Cosío. Lo que parecía sólo un cambio en la geografía física, llevaba consigo modificaciones en las relaciones socioeconómicas de los prestadores de servicio como los mesones, las diligencias, los comerciantes y vendedores en general de cualquier cosa indispensable en el camino del trotamundos como alimentos, vestimenta, bebidas etcétera25.

A continuación narraremos las peripecias en ferrocarril del viaje de la Ciudad de México a Querétaro.

Salía el tren desde la estación Buenavista al norte de la Ciudad de México, en donde una vez abordo se alcanzaban a ver a las construcciones más grandes de la “Ciudad de los palacios”, y se admiraba el panorama del valle de México e iniciaba la vista de la Sierra de Guadalupe, en un par de horas los usuarios del ferrocarril observaban planicies que alertaban la llegada a Huehuetoca, en el estado de México.

De nueva cuenta, a lo lejos, se percibía el accidentado terreno que hacía ver arrugas en el horizonte que indicaban que estaba próxima la parada en Tula en tierras hidalguenses, la vegetación boscosa llena de fresnos deslumbraba muy posiblemente al viajante no importando clases sociales, sumado al hecho de correr un tramo paralelo al río de dicho poblado, desde donde se veían las casas y los sembradíos cercanos al agua que daban una serie de colores y formas pintorescas que pudieron inspirar a los pintores y no pintores a realizar el oficio del pincel y el lápiz. Finalmente se atravesaba el puente de Tula que al parecer era de gran ingeniería, pues deslumbraba a primera vista.

De repente el camino cambiaba su fisonomía y de ser verde, corpulento y conífero pasaba a ser seco, árido y con poca vegetación, tal vez sin gran valor para muchos, pero no faltaría aquel personaje que viera en dicho paisaje opción para la pupila, muy probablemente bajo la tranquilidad y el temple que nos dan estos lugares, donde el calor es seguro.

Transcurrían un par de horas y el gigante de acero hacía su aparición en San Juan del Río, ya en tierras queretanas, bajaba hacia el valle de San Juan y era ahí en donde de nueva cuenta la sorpresa de la gente se hacía presente al admirar el resultado del trabajo arquitectónico que se veía en una curva prolongada en las postrimerías de la ciudad, de la cual algunos autores sanjuanenses hacen referencia en sus escritos, igual que la majestuosidad del puente que pasaba por encima del rio San Juan26. Así, las vías del tren tocaban el norte de la ciudad y en ella se encontraba su estación. Algunos bajaban aquí para emprender un nuevo destino, otros seguían su curso hasta Santiago de Querétaro.27

A las afueras de la estación del tren se crearon líneas de tranvías suburbanos de tracción animal que prestaban su servicio hacia dos puntos: la iglesia del Sacromonte y la garita de Querétaro, haciendo más completo el servicio para los viajantes, turistas y lugareños que veían sobrevivir algunas actividades económicas para dar creación a otros servicios como este del ferrocarril urbano.28

Hacia finales del repetido siglo decimonónico, San Juan del Rio recobró sus bríos económicos, y no sólo en la agricultura sino en la ganadería y en las ramas textil, cervecera y harinera29. También es importante señalar que en la última década de dicho siglo se instaló en la urbe un taller para ferrocarriles, lo que propició la creación de más fuentes de trabajo para los habitantes, lo que se veía reflejado en el aumento del flujo económico. De acuerdo con lo anterior, el San Juan que pudo ver en los últimos años Ezequiel Montes distaba de aquel punto de pasada que parecía perpetuarse en la imagen del viajero como pueblo estático, pues ahora se veía beneficiado por los primeros impulsos modernizadores del Porfiriato.

Cabe señalar que Ezequiel Montes no utilizó este medio de transporte para llegar a San Juan del Río, a pesar de que fue contemporáneo de la creación de esta línea ferroviaria. ¿Por qué no lo utilizó? Tal vez por sus múltiples ocupaciones como ministro de Justicia o porque cuando se inauguró el tren en Querétaro no pudo asistir por estar gravemente enfermo de cálculos en la vejiga30; sin embargo, estaba muy bien enterado de la construcción de las vías férreas, tanto es así que en su correspondencia particular hace mención del tema, exhortando a su hermana Dolores Montes a viajar en el ferrocarril central que ya llegaba a San Juan del Río, y que si ella decidía dejar Huichapan para irse a vivir a Cadereyta su traslado a la estación del tren sería en corto tiempo31.

El conocimiento del progreso del país auspiciado por el desarrollo ferroviario era bien conocido por Montes y sus cartas son la prueba, pues menciona que ya había líneas férreas en las ciudad de México y de León, en Chihuahua, Sonora, o en Mérida32, por ejemplo. Él vivió más de un lustro en Europa y entendía de antemano los bienes económicos que el gigante de acero aportaba a las arcas de una nación, así que aunque no lo utilizó para llegar hasta el estado de Querétaro, no significa que fuera tema ajeno o desconocido para este ilustre mexicano.

Conclusiones

Como podemos observar, el paisaje físico y social de los pueblos, regiones, estados como Querétaro y México en general fueron cambiaron paulatinamente durante el tan mentado siglo decimonónico, para bien o para mal de los grupos sociales que vivieron en esa época y en esos espacios, trayendo consigo avances tecnológicos en transporte que modificaron el entorno físico y las formas de relacionarse entre sí y con él, dotando nuevas formas al entramado humano y que se vieron reflejadas en la vida política, económica y cultural.

El siglo XIX fue el periodo de la creación y el auge del ferrocarril, por lo que apenas llegaban las vías férreas las redes socioeconómicas cambiaban entre los viajeros, pobladores, locatarios, diligencias, comerciantes, etcétera. Por ejemplo, en lugar de realizar un viaje en carruaje, la gente prefería pagar el boleto del ferrocarril (por supuesto los que podían pagarlo), a su vez los portales se veían afectados dado que ya no recibían el mismo flujo de viajeros, pues estaban ubicados al lado del Camino Real de Tierra Adentro y a pesar de que el Ferrocarril Central siguió un curso parecido, varió en algunos poblados. De manera global, pensemos que aquellas familias y grupos de comerciantes que ofrecían alimentos, indumentaria y objetos en general para los trotamundos veían decaer su economía, las famosas diligencias desaparecieron poco a poco, excepto en regiones en donde nunca se vio la llegada del tren, aunque muchos años después las carreteras y los automóviles motorizados terminaron de enterrar tal usanza.

Regresando a nuestro tema, se desmantelaron y relegaron así las antiguas formas de comerciar y llevar consigo el conocimiento de los pueblos, pasando a una nueva etapa de nuestra nación que trató de articular las distintas regiones de México y con ello sus actividades económicas mediante un transporte que garantizara el traslado de productos prioritariamente agrícolas y mineros en menor tiempo y mayor proporción, para fines de exportación nacional o internacional, lo que aceleró drásticamente la economía, etapa que conocemos como Porfiriato y a nivel mundial como capitalismo33.































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1 Claude Cortez, Geografía histórica, México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora-Universidad Autónoma Metropolitana, 1991, 198p., p. 41.

2 Ibidem., p. 38.

3 Carlos Córdova Fernández de Arteaga, Cómo acercarse a la geografía, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Limusa, 91 p., p. 8.

4 María Eugenia García Ugarte, Querétaro historia breve, México, Secretaría de Educación Pública-El Colegio de México-Fideicomiso Historia de las Américas-Fondo de Cultura Económica, 2010, 332 p., p. 15.

5 Lourdes Somohano (coord.), Una historia al alcance de todos, México, Universidad Autónoma de Querétaro, 2008, 207 p., p. 77.

6 Guillermo Prieto, en Viajes de orden suprema, narra sus peripecias cuando fue desterrado por Antonio López de Santa Anna de la Ciudad de México entre los años de 1853 y 1855 y enviado a Cadereyta, no sin antes hacer un recorrido por algunas ciudades y villas queretanas. Viajes de orden suprema, Querétaro, Gobierno del Estado de Querétaro, 1986, t. I. A Antonio María de la Llata en el informe de su visita al distrito de Tolimán, aunque es muy descriptivo desde el punto de vista administrativo gubernamental, se le escapa uno que otro comentario en referencia a las costumbres de los poblados a su cargo. Véase Francisco Javier Meyer Cosío, Querétaro árido en 1881, una visita gubernamental a Tolimán, Colón y Peñamiller, Querétaro,  Universidad Autónoma de Querétaro,   2001, 143 p., p. XVI.

7 En Querétaro, como en otros estados del país, se dividieron los bandos políticos en liberales y conservadores, teniendo su punto más álgido a mediados del siglo XIX, en especial entre los años de 1857-1860, en la llamada Guerra de Reforma. Fueron justo estos años cuando Tomás Mejía, Miguel Miramón y Leonardo Márquez controlaron parte del estado y la entidad completa del lado conservador y por el bando liberal José María Arteaga, quien no sólo encabezó la guerra sino la gubernatura en un par de veces hasta morir en 1865 en plena Intervención francesa. Lourdes Somohano, (comp. y coord.), Querétaro en el tiempo, Querétaro, Poder Ejecutivo del Estado, 2010, t. II, p. 81-87.

8 Etapa de la historia de México que se llama así debido a la dictadura de Porfirio Díaz (1876-1911), que se basó en una seudo democracia modernizadora que desarrolló un mercado nacional integrado preponderantemente hacia la exportación. Es importante señalar que hubo un periodo presidencial que recayó en Manuel González (1880-1884). Joaquín Córdova Zoilo, El porfiriato. [Disponible en: http://www.artehistoria.com/v2/contextos/2744.htm. Consultado: 13 septiembre 2015].

9  Francisco González de Cosío gobernó de 1880 a 1883 y nuevamente y de manera ininterrumpida de 1887 a 1911. Cecilia del Socorro Landa Fonseca, Lilian Briseño Senosiain, María Laura Solares Robles y Laura Suárez de la Torre, Querétaro: una historia compartida. México, Gobierno del Estado de Querétaro-Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1990, 270 p., p. 106.

10 Rafael Ayala Echávarri, op. cit., p. 168.

11 Cecilia Landa Fonseca (comp.), Querétaro textos de su historia, Querétaro, Gobierno del Estado de Querétaro-Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1989, p. 144.

12UNESCO, “Camino Real de Tierra Adentro”. [Disponible en: http://whc.unesco.org/es/list/1351. Consultado: 10 agosto 2015].

13 Guillermo Prieto, op. cit., p. 217.

14 Francisco Javier Meyer Cosío, op.cit., p. 35.

15 Rafael Ayala Echávarri, San Juan del Río, geografía e historia, Querétaro, Presidencia Municipal de San Juan del Río, 2006, 247 p., p. 165.

16 Guillermo Prieto, op. cit., p. 209.

17 Estos datos fueron tomados de Viajes de orden suprema de Guillermo Prieto, lo cual es muy bien descrito por Rafael Ayala Echávarri como costumbrista y pintoresco, en su libro San Juan del Río geografía e historia, op. cit., p. 151-152.

18 Francisco Javier Meyer Cosío, op. cit.

19 Claudio Coq Verástegui, Cadereyta: alcaldía mayor, Querétaro, Dirección de Patrimonio Cultural-Secretaría de Cultura y Bienestar Social-Gobierno del Estado de Querétaro, 1988, 143 p., p. 13.

20 Guillermo Prieto, op. cit., p. 205.

21 Luis Olivera, Catálogo de la Correspondencia particular de Ezequiel Montes Ledesma 1873-1882, registros 1468, 1470, 1471, 2552, 3085.

22 María Buenaventura Olvera de Trejo, Municipio de Cadereyta, México, Gobierno del Estado de Querétaro, 1997, 185 p., p. 54.

23 Jesús Mendoza Muñoz, Los fundadores de Bernal, México, Fomento Histórico y Cultural de Cadereyta, 2007, 308 p., p. 252. (Serie de historia, 8).

24 Joaquín Córdova Zoilo, op. cit.

25 Cecilia Landa Fonseca, (comp.), op. cit., p. 145.

26 José G Velázquez Quintanar, Municipio de San Juan del Rio, Santiago de Querétaro, Gobierno del Estado de Querétaro, 1997, 281 p., p. 123-124.

27 Esta descripción del tren de la Ciudad de México a San Juan del Río se basó en una narración de la época, que se encuentra en Cecilia Landa Fonseca (comp.), op. cit., p. 141-144.

28 Rafael Ayala Echávarri, op. cit.

29 José Velázquez Quintanar, op. cit., p. 122.

30 Luis Olivera, op. cit., registros 3885, 4009.

31 Ibidem., registro 4205.

32 En varias cartas encontramos menciones al respecto, pero sólo señalamos las referidas en este texto. Ibidem., registros 2008, 4376, 4658,

33 Joaquín Córdova Zoilo. El porfiriato. [Disponible en:

http://www.artehistoria.com/v2/contextos/2744.htm. Consultado: 13 septiembre 2015].